domingo, 19 de agosto de 2018

 Último amanecer

Sentada en su silla de enea peinaba con lentitud su cabello blanco de armiño con su peine tan preciado. Aquel que un día ya muy lejano le hizo él con sus propias manos.
En cada peinada  caían sobre su pecho hebras plateadas y con cada hebra una lágrima de aquellos ojos nublados por el paso del tiempo y por las tristezas vividas.
Sus ojos rodeados de surcos, arrugas,en cada cual, una historia permanecía enterrada pero no olvidada´
Más de un siglo soportaba aquel cuerpo enjuto y mermado, sus dedos torcidos y doloridos seguían dejando caer el peine sobre su cabellera larga y escasa.
El sol empezaba a vislumbrar entre las montañas y algún que otro destello iba dando algo de calor a aquel viejo cuerpo, el cual ya ni lo apreciaba. De vez en cuando mojaba el peine en la palangana que tenía al lado de la silla, con gran esfuerzo doblando sus viejos huesos para llegar al agua. Hoy, estaba muy, muy lenta.
Alzó sus ojos al horizonte y sus pequeños ojillos miraban sin llegar a ver  el río que seguía su curso con su monotonía. Aquel silencio, solo roto  por el zumbido de los insectos era desolador; sin embargo en su rostro arrugado y castigado por las inclemencias que había soportado a lo largo de su vida recogiendo los frutos de aquella tierra árida y fría. Sobretodo recogía todo tipo de plantas medicinales, fue gran experta en aquellos tiempos ya tan remotos.
Cuántos y cuántos curé , pensaba.
Su rostro se iluminó al mirar a aquel río lejano para su vista. Cabalgaban hacia ella numerosos jinetes con sus rostros pintados y melenas al viento. El griterío de niños bailando  a su alrededor la danza de la alegría; al frente del grupo de jinetes, el de la cabellera negra y cinta roja, se acercaba veloz hacia ella´
Volvieron los tiempos del amor, del valle inmerso en la vida cotidiana. Los niños chapoteando y jugando en el río, las madres lavando y los padres cargando con la caza obtenida.
La vida plena pasaba por sus ojos. El tiempo sufrido por la extinción, por las barbaries de unas guerras contra su etnia quedó atrás y aquel jinete de cuerpo desnudo y sonrisa deslumbradora la asió veloz,  la montó en su caballo  y con la misma rapidez, se perdió entre las frías montañas. Maricarmen

2 comentarios:

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

La nostalgia, hecha de sentimientos familiares y épicos. El tiempo es duro. Un abrazo. carlos

Francisca Quintana Vega dijo...

Hola. Hacía mucho tiempo que no entraba en mi blog ni en blogs amigos. ¡Vaya cómo han crecido tus nietos! Están muy lindos. He leído el relato. La melancolía y los recuerdos es lo que queda en la vejez...es triste pero real. Vivir de lo vivido y, si hay suerte, contar con el cariñó de los que nos rodeen. Saludos